El Goya a mejor película de este año se lo ha llevado El 47 (ex aequo con La infiltrada), una obra que habla, entre muchas otras cosas, del desarraigo, de empezar de nuevo sin nada en un lugar donde no eres bienvenido. Su protagonista −un gran Eduard Fernández en el papel de Manolo Vital− repite una frase que se me quedó grabada: «No nos marchamos de nuestra tierra porque quisimos, nos expulsaron». Esto es algo que los discursos sobre emigración obvian interesadamente: estas personas no han dejado su tierra, su familia y sus amigos por capricho, sino porque construir un futuro allí no era viable. No se han ido, los han echado. Han tenido que emprender un viaje, a menudo peligroso, hacia un lugar que no conocen, donde la gente, las costumbres y a veces hasta el idioma les son extraños, donde tendrán que empezar de cero, desde abajo de todo. Sin red de apoyo, sin lazos afectivos que les reconforten, llenos de incertidumbre acerca de lo que les espera. Hay que admirar la valentía de quienes se atreven a emprender un camino así.
Ya sea a causa de las hambrunas, del subdesarrollo, de conflictos armados o de persecución política, millones de personas de todo el mundo se ven hoy obligadas a dejar atrás la vida que conocen. Por más seguros y salvo que creamos estar, por descabellado que pueda parecernos, es algo que nos puede pasar a cualquiera. En un mundo convulso, una catástrofe, un giro político imprevisto, un conflicto armado pueden convertirnos de la noche a la mañana en una de estas personas que vemos en los telediarios, acarreando sus pertenencias en un par de bolsas, con la mirada vacía. Solo hace falta asomarse a las noticias.
Recientemente he releído Mi Ántonia, el clásico de Willa Cather sobre los pioneros de Nebraska. La Ántonia del título es una joven de Bohemia, que se vio trasplantada con su familia desde los bosques centroeuropeos a las vastas llanuras del Medio Oeste norteamericano. Cather narra con enorme ternura y admiración el proceso de adaptación de esta y otras mujeres inmigrantes: su energía, su capacidad de hacer frente a las adversidades, su trabajo infatigable. Ahora, los descendientes de estas muchachas centroeuropeas están empeñados en impedir que otros migrantes (igual de pobres, igual de desesperados que ellos en su momento) se instalen en su país.
¿Tan difícil es la empatía, la solidaridad con otros seres humanos? Costó muchos años lograr el reconocimiento de los derechos humanos básicos por la comunidad internacional, y solo hace unas pocas décadas que existe una Corte Penal Internacional (1998, hace cuatro días) para perseguir los crímenes como genocidio, crímenes de lesa humanidad o crímenes de guerra. Y los países que con mayor frecuencia los vulneran son los primeros que se niegan a aceptar estos derechos. Sobre el difícil camino que llevó a estos logros −ahora contestados y cada vez más en precarios− conviene leer a Philippe Sands, prestigioso especialista en derecho internacional, y su obra Calle Este Oeste, una verdadera historia de los orígenes del concepto legal de genocidio a través de la historia de sus impulsores.
Por favor, ¿podemos aprender del pasado?
Un par de pistas
-El desarraigo, ya sea «voluntario» o forzado, deja una honda huella en las personas, un rastro de tristeza que afecta también a las siguientes generaciones. Como muestra, recomiendo el libro de Natascha Wodin, Mi madre era Mariúpol, que reconstruye la vida de su madre, deportada a Alemania por los nazis en 1944. Por cierto, Mariúpol es una ciudad ucraniana que no hace tanto volvió a estar tristemente de actualidad. Si es que no aprendemos nada.
-A quienes crean que cuando una guerra acaba todo vuelve a estar bien, les aconsejo la lectura del libro de Elisabeth Asbrink 1947: el año en que todo empezó. Un libro sobre un tiempo de cambio y de conflicto. Un tiempo en que la guerra había acabado, pero los viejos problemas seguían ahí y otros nuevos empezaban a asomar. Aunque creas saber mucho sobre esa época (incluso si has leído el monumental e imprescindible Postguerra de Tony Judt), seguro que algunas de las cosas que cuenta te sorprenden. Y es probable que algunas de ellas te ayuden a entender el presente. Por si fuera poco, está estupendamente escrito.
Me ha encantado todo el post, y lo suscribo 200%. Me puse de llorar en "el 47" hasta arriba: esas historias me tocan mucho. Qué interesante tu reflexión de Mi Antonia. Justo el Peda se acaba de terminar "east west st", así q está por casa, junto con Judt q no he leído.
Besos!
Di